Soy un espíritu inquieto con la necesidad permanente de comunicar. Mi
espada en esta cruzada es la palabra, que siempre, en la medida justa,
resulta ser más suave que la brisa del mar o más potente que la fuerza
de cualquier ciclón.
Cuando era pibe solo escribía. No había reglas ni formatos. Sentía y
plasmaba en hojas que se exhibían ante los ojos de mi vieja o esas
chicas del colegio a las que pretendía llevar a la categoría de
novias.
Con el paso del tiempo “eduqué” a mis trazos, pero la esencia de aquel
niño que se expresa sigue intacta. Sé que está camuflado y
atrincherado en mi cuerpo de 30 años, y sigue descargando su
artillería mediante publicidades, poemas y relatos que, ante todo, se
constituyen en acción.